miércoles, 24 de abril de 2013

El París de San Jorge

   


        En 1942, a Rick y a Ilse siempre les quedaría París y, por cortesía de Curtiz, al resto de la humanidad xx nos ha quedado un regusto a violetas y nostalgia tan delicado y peligroso  como el veneno de la cobra: en pequeñas dosis activa el corazón; si te pasas una lágrima, hablamos de cicuta. A mi me quedan el Día del Libro, La Feria de Retiro y el Parque del Oeste, mis violetas desprenden aroma a Drakkar Noir, hablan como Raymond Chandler y nunca, nunca, me permito más de una gotita detrás de las orejas. Ni siquiera dejo caer un resto sobre las muñecas, por si acaso se filtra hasta la vena.

       Cuando era joven, y felíz, y poco documentada, y revolucionaria latente, mis San Jorges gravitaban entre el campo y el dragón, entre Boris Vian y Borges, por las cercanías de la Complutense y en el interior del cine Quevedo. Conservo un escapulario con dos libros (Historia Universal de la Infamia y Amiel), una cadena con azabaches y la imagen, Rama lama ding dong, del bullicio de la inconsciencia. Ahora, que soy abuela, y átona, y curiosa, y asamblearia florecida, recibo al Quijote como Sancho: con los pies enterrados en el suelo, un jumento a mis espaldas, y la fe puesta en la hidalguía (que, digo yo, alguna queda y anda por frente a los Molinos) Hoy, me he regalado un ejemplar de "Maximina" que ha saltado a mis brazos mientras revolvia en una mesita de libros de la calle Espíritu Santo, buscando algo de Robert Waltar (un caballero austriaco y suicida, con sentido del humor británico) que me recomendaron la semana pasada en la Vinoteca. Pero Don Armando me ha visto, desde el refilón de Austral, y ha alzado sus solapas, como bracitos ansiosos, suplicando librería.

       Ha sido un cumpleaños sin dulces, apenas las velitas rojas sopladas sobre la inteligente mirada de Caballero Bonald, y el temblor de las luces blancas guiñandome, llamandome a la calle, para compartir letras con la luna. Pero no podía dejar a mi pobre crónico, dormía tranquilo, como si no supiera leer, o hubiera leído, ya, todas las novelas del mundo.  




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