Valor de Ley

                                                                       Percebeiros



         Ayer salí de paseo con Manolito a las cinco de la madrugada; él estaba harto de mirarme frente al ordenador, y yo, sencillamente, estaba harta. Nos gusta escuchar las pisadas de sus patitas, o las mías cuando llevo botos camperos, reverberando en el asfalto, vacío, con cada paso. Si hay mucho silencio, se escuchan perfectamente el desgaste de sus uñas y mis tacones. Madrid había cristalizado, de frío, en un inmenso diamante azul, y a la altura de la Calle Barco con Colón, por donde baja la primera procesión del año - una anónima que celebra el Cristo de la parroquia  antes de Semana Santa, yo creo que para contabilizar huestes - encontré a Dª Almudena. Dicho así, parece algo usual, casi baladí; pero Dª Almudena no es una profesional de Ballesta o la Corredera, ni un elemento de realidad distorsionada - de los que hay en abundancia ultimamente -; es una institución, con formato de octogenaria, fondo enciclopédico, lucidéz rozando la clarividencia, y vocabulario de Gili-Gaya.

       Lo suyo es una renta antígüa - de las que gestionaba Falange en los 40 - en edificio intocable de puro óxido histórico, y con portero físico representativo. Y a su casera le encantaría que, la Guerra Civil y el Franquismo , no la hubieran dotado de una salud de hierro. Gracias al boniato, las algarrobas, el pan de higo y vaya usted a saber cuantas porquerías más, Dª Almudena estaba en la calle, con 86 años, a las 5 de la mañana y sensación térmica de -4º, paseando a su perrita. Eso si, ambas con abrigo.

  - Buenas noches, vecina - me dijo sin temblores en el álito - También Manolito necesitaba salir ¿Eh? Esta es la mejor hora.

      A servidora, de pequeña, solo la han alimentado con espinacas, garbanzos, filetes, croquetas y esa amplia gama de lo que viene siendo la dieta mediterránea, y, por lo tanto, estaba galvanizada de frío. Sé que la contesté amablemente, acaricié a su mascota, y me retiré, entre lo que parecían latigazos de hielo y alambre, hasta mi portal, seguida de un Manolito en estado cuasi de Hidrógeno Líquido. Contra todo pronóstico, he vuelto a verla, hace unas horas, comprando el pan.

     Hay seres a los que uno entrega, voluntariamente, un plús de respeto por encima del obligado. Lo hacemos de forma instintiva, inevitable, y no son muchas las personas agraciadas. Servidora, de primera mano, solo ha conocido a cuatro en medio siglo, y una de esas cuatro vive en mi barrio como la última Entretenida, en memoria de Mihura, dueña de su propio tiempo. Espero seguir viendo a Dª Almudena muchos años. a pesar de Fernandez Lasquetti, Güemes y la Sanidad Externalizada.