miércoles, 31 de octubre de 2012

Permanente Halloween

Foto: Nemo
¡Oh Salem, oh mores! Tiempos aquellos en que las librepensadoras vivían honestamente vivían honestamente en lo hondo, portando escobas largas de ramaje con las que, dicen, desbrozaban arboledas encontradas, e impedían incendios provocados. Dedicadas mayoritariamente a la medicina homeopática, practicaban una especie de cocina fusión entre las hierbas de temporada, los tubérculos de bosque (también llamados raíces) y las carnes de batracio salvaje. De vez en cuando escupían pronósticos y maldiciones con absoluta imparcialidad, democráticamente. Y solían culminar sus densas biografías con una actuación pública, ardiente y colectiva.

En pleno siglo XXI, se ve que están especializadas y, aunque siguen viviendo en el más duro aislamiento, han sustituido lo profundo del bosque por lo alto de la torre. Ya no son librepensadoras porque se han librado de la obligación de pensar (suelen hacerlo por ellas las multinacionales de la moda), no se dedican a la medicina, pero mantienen a un sector en auge: el de la cirugía estético-privada. Y, si bien es cierto que también se alimentan de menú fusión, este viene siendo de pago, minimalista y, a veces, hasta desestructurado. No escupen, ronronean desde los regazos mas adinerados, y sus maldiciones no pasan de meros susurros eróticos, lamidos en el lóbulo de ancianos cónyuges. No tienen gallina, sino chacha filipina, y han sustituido el gato por un jardinero de buen ver. El marido lo heredaron, o tomaron prestado de la familia legítima, y jalean su codicia generando necesidades tan artificiales como un hijo a los sesenta y cinco años.

Sobre la estela inconfundible de su joyerío, la bruja moderna reparte ejemplaridad, buenos modales y solidaridad de pedigree en los rastrillos más rancios. Por último, también culmina su historia públicamente: como viuda, semi joven, y con un chavalillo del brazo que podría ser su calabaza, pero que acaba siendo su mariconera. Eso si, de Louis Vuittón.     

martes, 30 de octubre de 2012

Pavlov

Foto: Carlos Muñiz Cueto

Hace unos años, cuando andábamos a vueltas con el genoma, los científicos descubrieron horrorizados que apenas 13 genes nos separan de las ratas (eso en un plano biológico, porque en lo ético da miedo mirar).Y, como incluso dentro del mundo de las ratas, existen clases, he podido constatar en que rango nos coloca Repsol Butano. De su poderosa y monopolística mano he recorrido una especie de laberinto de Pavlov telefónico que, teóricamente, debía llevarme a la queja y, sin embargo me ha depositado limpiamente en la calle. El proceso es el siguiente:
  1. Llamada al servicio de pedidos de bombonas (902).
  2. Un contestador identifica el número de teléfono del usuario, su dirección, y último pedido, salpimentando el interrogatorio virtual, de espacios en blanco para que puedas confirmar los datos.
  3. Pero, una vez concluido el procedimiento peticionario, la maquinita pregunta “¿Desea añadir algo?”. Y ahí empieza el despropósito.

Servidora solo intentaba avisar de un día concreto de recogida. El androide en off me comunicó que no habían podido recoger ni mi voz, ni mi tono, ni mis palabras, que lo intentara de nuevo. Lo hice. Repetí el mensaje espaciando los sonidos, como si hablara con un sordomudo en primero de comunicación. Pero tampoco lo entendían. Eso sí, muy educadamente, me agradecieron la llamada en virtual, y me colgaron en real. Preocupada como estaba por si mis bombonas llegaban demasiado tarde para el Sandy, volví a intentarlo saltándome el paso de hacer un pedido. Esta vez ni siquiera me despidieron, del vacío sonoro salté al colgado telefónico. No hubo manera, lo hiciera como lo hiciera, mi mensaje terminaba sentado ante la puerta trasera de Repsol.

Menos mal que, con su habitual diligencia, la compañía solo ha tardado una semana en servirme. Estaba en casa y el huracán ya había pasado. Sobreviviremos.

lunes, 29 de octubre de 2012

Denominación de Origen


Foto: PDPhotos

Hoy he podido rodear de pasos, por fin, el Congreso. El día ceniciento, el persistente moqueo del cielo, el hombre de Granada recién suicidado de vergüenza y desahucio... todo, hasta las articulaciones, me pedían a gritos ir a echar un vistazo. Y, oh sorpresa, al otro lado de anteriormente inaccesibles vallas azules, la carrera de San Jerónimo me parecía menos amplia, el edificio de las Cortes menos majestuoso, y los leones mas pequeños. Debe ser que he crecido.

Por si fuera poco, una especie de coloración (o decoloración) gris sucio impregnaba toda la arquitectura de la calle, como si los hongos imprescindibles de las cuevas de Cabrales hubieran buscado - y conseguido - salida al exterior desde lo más podrido del queso. Oler, no olía. Pero seguro que lo que salga de ahí tampoco tendrá el mismo sabor con denominación de origen. Ni parecido, vamos. Hasta las vallas azules que, en doble hilera, envolvieron la fachada, yacían lánguidamente a los lados de la escalinata como las puntas de una pajarita después de la fiesta, sin el menor atisbo de gallardía guerrera.

De vuelta a casa, la inmensidad del trabajo de higiene que nos espera para devolver la prestancia al Parlamento, me vino persiguiendo como una sombra, nefasta pero inevitable.

viernes, 26 de octubre de 2012

Hijos

En medio del tsunami educativo que está arrasando los cutre palafitos de la enseñanza española, justo cuando se dan las condiciones para empezar de nuevo, porque, prácticamente, estamos a cero; mientras las calles bullen y los informes sobre pedagogía Avanzada y Estadística que pare el Auditor Global dejan con el culo al aire a los informes sobre enseñanza que paren los Auditores Nacionales y Estadísticos (resulta que la vendimia escolar no es el mismo en todas partes: en Asturias y País Vasco están a nivel crianza, en el resto a nivel cosechero, menos en Baleares y en Madrid donde, dicen, los envasan directamente en tetrabrick); en este momento, digo, mi niña mayor me ha vuelto a sorprender con un giro de guión inesperado. Un certificado de matrícula del instituto que abandonó hace ya siete largos años. Y digo largos, no porque hayan constado de cuatrocientos días, ni siquiera de trescientos sesenta y seis. Es que se me han hecho eternos. Entre sus incertidumbres -basadas en la juventud-, mis dudas -basadas en la madurez-, y las inseguridades paternas, de base puramente fisiológica, ha sido como ir de Olduvai a Crogmagnon sin pasar por Atapuerca.

Con semejantes antecedentes no debería extrañarme el momento que ha elegido, mi niña-madre, para retomar su educación académica. Y tampoco me extraña mucho... no, más bien me genera hipótesis explicativas:

a) Da más vergüenza tocarse las narices abiertamente que bajo la cobertura de un libro de texto.

b) De aquí a que se acabe la crisis, le da tiempo ha sacarse una ingeniería de Canales y Puertos.

c) Mientras esté estudiando tiene garantizados los findes (uno de los imprescindibles de la vida universitaria).

d) Dentro de algún tiempo (no mucho), su propia hija le preguntará “Mami, ¿qué eres?”, y, conociendo a la familia, más vale que le pueda contestar algo.

e) A río revuelto... algo aprobarán a quienes se empeñen en buscar estudios antes que reclamar trabajos.

Son tantas las posibilidades... A lo mejor hasta es que quiere practicar un poco el “ejemplo”... No sé, pero, ¡qué grande Don José Saramago!


jueves, 25 de octubre de 2012

El Cifu, el jazz y las hormonas

El Cifu ha empezado su programa con una balada maravillosa que me ha pillado desnuda, de cuerpo, en una toalla, y de alma, con la mirada baja de la medianoche insinuándose para un buceo introspectivo... ¡Dios mío, cómo puede poner de metafísico el sonido de una trompeta! El caso es que el hilo brillante de sonido ha encontrado una antigua senda de mi memoria, y me he vuelto a tropezar con lo que hace treinta años fue un universo. Mi universo.

A veces creo que los recuerdos son como las ruinas mayas. Los encuentras de golpe en medio de la jungla de la memoria y pueden ser desde magníficos templos - casi siempre levantados en honor de una persona o lugar concretos - hasta viejos túmulos de piedra donde ocultamos situaciones bochornosas o especialmente sórdidas de la vida de una. Bien, pues gracias al Cifu, uno de esos templos ha resurgido en mi mente con una fastuosidad preocupante.

Realicé una ofrenda de nostalgias e hipótesis, y me alejé silenciosamente, sin dejar de mirar la arquitectura de mis sueños, hasta volver a entrecerrar la jungla. En ese momento, la trompeta emitió un gemido largo y último… Espero que todo el asunto sea solo un problema de hormonas.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Correos

Hoy he tenido la osadía de remitir un paquete postal desde la Central de Correos de España. Se  les llena la boca de bandera. Si hubiera habido más funcionarios detrás de la barra y menos carros de correspondencia abandonados detrás de los funcionarios, me hubiera creído que estaba en Munich.

El ambiente, cuidadosamente diseñado, frío y metálico, con unos bancos de acero inoxidable, para hacer desistir al más pertinaz - o congelado - de los callejeros, ha tenido que costar lo que, antiguamente, se llamaba “un Congo”. Pero ellos se lo pueden permitir después de “clavarme” - esta expresión es atemporal - 18 euros con 70 céntimos, por enviarme un paquete a Palma de Mallorca (que yo sepa todavía dentro del territorio ¿nacional?). Por ese precio, eso sí, tengo derecho a maquinita expendedora de número cuando entro, atención personalizada y rigurosamente monótona detrás de una lujosa barra donde dan ganas de tomarse un gin tonic, servicio de balanza ultramoderna y una dirección de web desde la que seguir las evoluciones de mi paquete a tiempo casi real.

Claro, que tengo ciertas reservas sobre esa página. La he usado. Concretamente cuando, intentando evitarme el viaje a la Sede Central, busqué una sucursal cerca de casa. Había una, en la calle Pizarro, que estaba abierta por las tardes hasta las ocho (me garantizó la página). Por supuesto, cuando llegué con mi paquete, la sucursal no solo estaba cerrada, sino abandonada y, aparentemente, por el estado cochambroso de su entrada, en primer estadío de okupación.

Bueno, bien, ya está el trabajo hecho y mi paquete, a estas alturas casi hijo de mis entretelas, ha partido por la puerta Grande, con billete de business class y cámara incorporada a lo Gran Hermano. Espero que, con esta tecnología y nivel de eficacia germánicos, llegue a su destino razonablemente a tiempo.

viernes, 19 de octubre de 2012

Lo que pasó una vez

El hombre se levantó, despacio, sobre el anciano temblor de sus piernas de azogue, y alzó los ojos hasta la cruz inmensa que sombreaba el paisaje. 

-¡Aquí estoy! ¡Como prometí entonces que estaría!
Tendió la mano hacia su espalda y ayudó a izarse a una mujer diminuta, casi más vieja que él.

-¡Aquí estamos, juntos! - Pero no había desafío, sino felicidad humilde, un poco de asombro en las palabras.- ¡Aquí estamos, juntos! - repitió.

Y Dios miró hacia abajo, sorprendido, y los vio apoyando cada uno la ancianidad del otro. Y, por fin, sonrió orgulloso: de todos los seres vivos que respiran aún a sabiendas del hecho de la muerte, aquellos dos, un hombre y una mujer intrínsecamente incompatibles, habían cumplido con la Palabra ofrecida. No hubo muchos más. Pero bastaban ellos para demostrar que había valido la pena el esfuerzo.