viernes, 26 de octubre de 2012

Hijos

En medio del tsunami educativo que está arrasando los cutre palafitos de la enseñanza española, justo cuando se dan las condiciones para empezar de nuevo, porque, prácticamente, estamos a cero; mientras las calles bullen y los informes sobre pedagogía Avanzada y Estadística que pare el Auditor Global dejan con el culo al aire a los informes sobre enseñanza que paren los Auditores Nacionales y Estadísticos (resulta que la vendimia escolar no es el mismo en todas partes: en Asturias y País Vasco están a nivel crianza, en el resto a nivel cosechero, menos en Baleares y en Madrid donde, dicen, los envasan directamente en tetrabrick); en este momento, digo, mi niña mayor me ha vuelto a sorprender con un giro de guión inesperado. Un certificado de matrícula del instituto que abandonó hace ya siete largos años. Y digo largos, no porque hayan constado de cuatrocientos días, ni siquiera de trescientos sesenta y seis. Es que se me han hecho eternos. Entre sus incertidumbres -basadas en la juventud-, mis dudas -basadas en la madurez-, y las inseguridades paternas, de base puramente fisiológica, ha sido como ir de Olduvai a Crogmagnon sin pasar por Atapuerca.

Con semejantes antecedentes no debería extrañarme el momento que ha elegido, mi niña-madre, para retomar su educación académica. Y tampoco me extraña mucho... no, más bien me genera hipótesis explicativas:

a) Da más vergüenza tocarse las narices abiertamente que bajo la cobertura de un libro de texto.

b) De aquí a que se acabe la crisis, le da tiempo ha sacarse una ingeniería de Canales y Puertos.

c) Mientras esté estudiando tiene garantizados los findes (uno de los imprescindibles de la vida universitaria).

d) Dentro de algún tiempo (no mucho), su propia hija le preguntará “Mami, ¿qué eres?”, y, conociendo a la familia, más vale que le pueda contestar algo.

e) A río revuelto... algo aprobarán a quienes se empeñen en buscar estudios antes que reclamar trabajos.

Son tantas las posibilidades... A lo mejor hasta es que quiere practicar un poco el “ejemplo”... No sé, pero, ¡qué grande Don José Saramago!


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