miércoles, 31 de octubre de 2012

Permanente Halloween

Foto: Nemo
¡Oh Salem, oh mores! Tiempos aquellos en que las librepensadoras vivían honestamente vivían honestamente en lo hondo, portando escobas largas de ramaje con las que, dicen, desbrozaban arboledas encontradas, e impedían incendios provocados. Dedicadas mayoritariamente a la medicina homeopática, practicaban una especie de cocina fusión entre las hierbas de temporada, los tubérculos de bosque (también llamados raíces) y las carnes de batracio salvaje. De vez en cuando escupían pronósticos y maldiciones con absoluta imparcialidad, democráticamente. Y solían culminar sus densas biografías con una actuación pública, ardiente y colectiva.

En pleno siglo XXI, se ve que están especializadas y, aunque siguen viviendo en el más duro aislamiento, han sustituido lo profundo del bosque por lo alto de la torre. Ya no son librepensadoras porque se han librado de la obligación de pensar (suelen hacerlo por ellas las multinacionales de la moda), no se dedican a la medicina, pero mantienen a un sector en auge: el de la cirugía estético-privada. Y, si bien es cierto que también se alimentan de menú fusión, este viene siendo de pago, minimalista y, a veces, hasta desestructurado. No escupen, ronronean desde los regazos mas adinerados, y sus maldiciones no pasan de meros susurros eróticos, lamidos en el lóbulo de ancianos cónyuges. No tienen gallina, sino chacha filipina, y han sustituido el gato por un jardinero de buen ver. El marido lo heredaron, o tomaron prestado de la familia legítima, y jalean su codicia generando necesidades tan artificiales como un hijo a los sesenta y cinco años.

Sobre la estela inconfundible de su joyerío, la bruja moderna reparte ejemplaridad, buenos modales y solidaridad de pedigree en los rastrillos más rancios. Por último, también culmina su historia públicamente: como viuda, semi joven, y con un chavalillo del brazo que podría ser su calabaza, pero que acaba siendo su mariconera. Eso si, de Louis Vuittón.     

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