viernes, 19 de octubre de 2012

Lo que pasó una vez

El hombre se levantó, despacio, sobre el anciano temblor de sus piernas de azogue, y alzó los ojos hasta la cruz inmensa que sombreaba el paisaje. 

-¡Aquí estoy! ¡Como prometí entonces que estaría!
Tendió la mano hacia su espalda y ayudó a izarse a una mujer diminuta, casi más vieja que él.

-¡Aquí estamos, juntos! - Pero no había desafío, sino felicidad humilde, un poco de asombro en las palabras.- ¡Aquí estamos, juntos! - repitió.

Y Dios miró hacia abajo, sorprendido, y los vio apoyando cada uno la ancianidad del otro. Y, por fin, sonrió orgulloso: de todos los seres vivos que respiran aún a sabiendas del hecho de la muerte, aquellos dos, un hombre y una mujer intrínsecamente incompatibles, habían cumplido con la Palabra ofrecida. No hubo muchos más. Pero bastaban ellos para demostrar que había valido la pena el esfuerzo.

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