miércoles, 24 de octubre de 2012

Correos

Hoy he tenido la osadía de remitir un paquete postal desde la Central de Correos de España. Se  les llena la boca de bandera. Si hubiera habido más funcionarios detrás de la barra y menos carros de correspondencia abandonados detrás de los funcionarios, me hubiera creído que estaba en Munich.

El ambiente, cuidadosamente diseñado, frío y metálico, con unos bancos de acero inoxidable, para hacer desistir al más pertinaz - o congelado - de los callejeros, ha tenido que costar lo que, antiguamente, se llamaba “un Congo”. Pero ellos se lo pueden permitir después de “clavarme” - esta expresión es atemporal - 18 euros con 70 céntimos, por enviarme un paquete a Palma de Mallorca (que yo sepa todavía dentro del territorio ¿nacional?). Por ese precio, eso sí, tengo derecho a maquinita expendedora de número cuando entro, atención personalizada y rigurosamente monótona detrás de una lujosa barra donde dan ganas de tomarse un gin tonic, servicio de balanza ultramoderna y una dirección de web desde la que seguir las evoluciones de mi paquete a tiempo casi real.

Claro, que tengo ciertas reservas sobre esa página. La he usado. Concretamente cuando, intentando evitarme el viaje a la Sede Central, busqué una sucursal cerca de casa. Había una, en la calle Pizarro, que estaba abierta por las tardes hasta las ocho (me garantizó la página). Por supuesto, cuando llegué con mi paquete, la sucursal no solo estaba cerrada, sino abandonada y, aparentemente, por el estado cochambroso de su entrada, en primer estadío de okupación.

Bueno, bien, ya está el trabajo hecho y mi paquete, a estas alturas casi hijo de mis entretelas, ha partido por la puerta Grande, con billete de business class y cámara incorporada a lo Gran Hermano. Espero que, con esta tecnología y nivel de eficacia germánicos, llegue a su destino razonablemente a tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario