lunes, 1 de abril de 2013

Cargar Baterias

      Ahora que Cristo ha resucitado - otra vez - podemos volver cada uno a sus asuntos particulares. Los míos, en estado natural, orbitan alrededor de mi madre, mi hija y la hija de mi hija ; una línea recta definida, sin derivaciones espúreas ni abreviaturas de mal gusto. Y, aún así, he pasado el último día de la Semana Santa, como geisha por arrozal, en busca de una batería de coche nueva para sustituir  a otra que no había muerto, ni estaba quemada, ni siquiera ostentaba pecas de óxido, pero había roncado un poco y entraba, oficialmente, en edad caduca. Sé que parece superfluo e idiota, pero el miedo es lo que tiene: carencia de razón. Y el abuelo de mi nieta, sometido desde hace tres meses a horario laboral pre- metro, sufrió tal colapso de pánico que consiguió arrastrarme fuera de casa cuando todos los cielos de España reclamaban, a fuerza de lluvia, un poco de atención.

      Afortunadamente, hacia las siete de la tarde recordé los 400 euros que acabamos de pagar, y llamé al seguro. Tardaron media hora pero una ya había llegado a dos conclusiones:

1.- En Madrid nadie tiene pinzas de recarga (Y si las tienen se lo callan)

2.- La Ley de Murphi es de un empirismo inapelable.




     
  Por supuesto el coche, (que responde al nombre de Petronila. La Petro para familia y amigos) duerme mas allá de Chamartín, en tierra de nadie, fuera del alcance depredador de los parkímetros, en un descampado que, casualmente hoy, había mutado a barrizal de otoño siberiano. El tipo de la grúa, hombre encantador por otra parte, tardó más de veinte minutos en localizar el lodazal, y sin calefacción, ni radio, ni paraguas, ni conversación posible, servidora no hacía mas que evocar las tristezas de la vida, a través de una voluta de humo, sobre el parabrisas.
     
       A determinadas alturas del cuento, es imposible engañarse con eufemismos y todos los seres humanos que conozco (que tampoco son muchos), cuando llegan a este punto, se convierten a una pseudo filosofía de resignación (también llamada "Virgencita que me quede como estoy") con folleto de auto ayuda  (edición "No veas como está el resto")

      Pues me niego. Niego la mayor, la sumisión al entorno, la aceptación del gris monotonía, y el ocre desvaído de las verdades a medias. Y lo niego porque aceptar, seria tanto como asumir que la Primera Penumbra empieza a los 25; cuando todas sabemos que, a esa edad, la mente vive obnubilada. También lo niego por razones políticas: Ni privatizar una gestión abarata costes, ni desahuciar a las familias ayuda a la sociedad.

       Pero, sobretodo, me niego porque los arrebatos de autocompasión (social o individual) suelen terminar en el abrevadero. Y servidora no tiene el hígado para tonterias, ni la dialéctica para farolillos. Espero, sinceramente, que esta misma batería ponga en marcha la maquina sin necesitar  otra descarga de pinzas; aunque seguro que, antes del día 12, alguien suelta un chispazo suficiente para incendiar el motor.    
       


 

2 comentarios:

  1. jajaja Me parto con tus ironías, una buena entrada como siempre Alicia!

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  2. Chicos, gracias, ¿Os venís el miercoles a una exposición/concierto/mercadillo? Lo comentó en "Aliño" y ya me direis. Un besazo

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