lunes, 13 de mayo de 2013

La Fiesta de Manolito

 



         Con la primavera en su cenit, el barrio en fiestas, y los universitarios de exámenes finales, los paseos con Manolito a las cinco de la madrugada, han mutado su naturaleza de obligatoriedad renal a disfrute hormonal. Muchas cosas han cambiado al calor pre turístico de Madrid, como si la flora y la fauna hubieran eclosionado en un sinfín de especies exóticas con raíz común: todas las especies analizadas arrastran exuberante alegría, muy inducida, y que apesta a calimotxo peleón. Pero este fin de semana, además, los vecinos auto gestionaban las celebraciónes del 2 de Mayo, y la plaza, repintada de rayuelas, con tizas de colores, recuperaba a una infancia que la Botella se empeña en desaparecer. Sorprendéntemente, había más niños que mesitas de terrazas, pero claro, son menos rentables que los turistas de las mesitas. A Moñitos la han decorado la cara, con sus bigotes de gato y la naricilla negra, y la han enseñado a bailar/practicar capoira, a los pies de la estatua de Daoiz y Velarde, que también hay respeto a los héroes del pueblo y de la historia. Y hace falta inculcarlo en las generación siguientes, se pongan como se pongan en Génova.

       De amanecida, Manolo venía conmigo, tasábamos daños y alegrías en honor al Santo, cuando tropezamos con un grupo de franceses, o estudiantes, o franceses estudiantes, que orinaban a gritos en la Corredera Alta, al cobijo de unos cubos de basura, mientras unas Erasmus (a todas luces nórdicas ) se pelaban de frío con los brazos al aire, y las escuetas falditas de tela de mercadillo. Nadie les había dicho que en la soleada España, al igual que en el desierto del Sáhara, las noches refrescan el espíritu y, por mayo, se tiene que bailar mucho para evitar el amoratamiento. Les daba igual. Chillaban, reían y vomitaban rojo como si el trópico las hubiera alcanzado.

       Por alguna razón (Que cuanto mas las veo, mas entiendo) Manolito tiene club de gruppies europeas, nada mas poner una patita en la calle. Para mi que le ven el landismo en la alegría con que olfatea los bajos, en las orejitas erguidas con que habla, en las pezuñitas con que taconea la carrera  entre la plaza de la Luna y San Ildefonso. Como Don Alfredo, Manolo también es un español bajito, simpático y echao p´alante. Y, además, le privan las gran danesas, las pastores alemanes, o belgas, y las fox terrier talla XL. No llega a ninguna, pero lo intenta, se esfuerza, corre, juega, les cuenta picardias al oído, y mas de una se le ha tumbado para facilitar la tarea. Servidora, por supuesto, ha interrumpido el cortejo y se lo ha llevado, con la correa, gruñendo y pataleando, de alguna que otra lid romántica. Tiene mala suerte, el pobre, porque una (de bachillerato antiguo) recuerda perfectamente la anécdota Bernard Shaw:

       "Una vez, Shaw fué presentado a una dama de hechuras espectaculares y cerebro límite, que le propuso tener un hijo conjunto como experimento genético.

  • Imaginese - le dijo - la persona que saldría: con su cerebro, y mi belleza
  • Gracias, madame - contestó el Nobel - Pero sería un desastre si nuestro hijo naciera con su inteligencia y mi belleza"

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