lunes, 19 de noviembre de 2012

Generaciones venideras

Foto: ting2ever
Corrían las dos de la tarde y la comida gorjeaba alegremente en las ollas, cuando escuché a mi niña-madre hablar con su hija. “Tienes demasiados peluches - le decía - antes de que vengan los Reyes Magos vamos a guardar unos cuantos para mandárselos a los niños que no tienen nada”.

Oí un silencio sepulcral. "No", contestó escueta. Y, entonces, su madre se lanzó por una descripción de las carencias de la infancia (sacada de Intermón) que hubiera hecho llorar a Dickens. “Los niños pobres no tienen camita, ni comida, ni juguetes, ni zapatos...”. Esta vez, la vocecita no esperó al silencio e, interrumpiendo, preguntó: “¿Y tienen pies?”. Desde la cocina estuve a punto de contestar: “Si, cariño, los necesitan de mayores para trabajar”. Pero, por no tener líos con el Defensor del Menor, prohibí a las palabras atravesar mi frente. Eso sí, viendo como mi niña-madre se afana en inculcar principios éticos de solidaridad básica a su retoño, - contra la corriente ambiental que la inercia política se ha asegurado para los próximos veinte años-, y la carita de escepticismo del retoño, no he podido menos que confirmar un principio de fe tan básico para la Iglesia como la infalibilidad papal: la certeza de que el Señor es inmisericordemente justo.

Va aviada, mi hija. Es como si la crisis se hubiera saltado una generación, la de los afectados por la aluminosis pedagógica del Ministerio de Educación de los últimos cinco lustros, y la Naturaleza hubiera adaptado mentalmente a la siguiente para no caer en la misma confianza social. Me temo que la generación de la hija de mi hija no se cree nada de nada por defecto. Y va a resultar difícil venderles mitología doméstica. Pensándolo bien, y con la Navidad como referencia inevitable,  no parece que los Reyes tengan mucho futuro en sus manos, o, lo que es más prometedor, en sus mentes.

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