martes, 6 de noviembre de 2012

Cuestión de memoria

Foto: Shorizo izo
Manolito ha vuelto a darme un ejemplo de memoria histórica que ya quisiera para mis congéneres de la especie humana. Nosotros, siendo españoles, podríamos clasificarnos como personas de clase blanca, subcategoría europea, sección mediterránea, rama económica recesiva, área avícola porque, además, gozamos de una memoria-colibrí que nos capacita para la supervivencia. Lo de Madrid Arena adolecía los mismos fallos de seguridad  - favoritismo político, subcontrata fraudulenta, escasez de titulación oficial de seguratas - que se repiten en la noche madrileña todos los días y estallan de vez en cuando sobre las cabezas mas insospechadas. Con menos apellido biológico, Manolito se acuerda de levantar la pata junto al portal de un sujeto que le agredió siendo cachorro, cada vez que sale a la calle.

De la misma manera, he venido en observar que, de madrugada, cuando salimos el y yo a solas, literalmente, se reserva la vejiga para ir goteando todas las terrazas colindantes, por riguroso orden de apertura. En las dos mas grandes - Plaza de S. Ildefonso - también deposita su opinión más escatológica. Creo que lo hace en tono reivindicativo, como protesta por la pérdida de espacios públicos, y últimamente me he sorprendido a mí misma contando mesas. Es imposible enumerarlas, avanzan dos centímetros al día por pareja de patas, como las legiones romanas. Y se camuflan detrás de frondosos arbustos erguidos, en jardineras de piedra, por hordas de camareros. Siempre antes de las 11, para la primera tapita.

Manolo, que debido a la escasez de árboles se ve obligado a hacer equilibrios en los maceteros redondos de la Plaza de Cambroneros, odia el cemento y añora el verde de su infancia, aquellos agujeros abiertos en la acera, rellenos de arena suculentamente apestosa, con un tronco en el centro. Culpa directamente a las terrazas, y no le diría yo que no, pero, según el Ayuntamiento, también están los botellones del viernes, la necesidad de bancos para los ancianos del sábado (si hay sombra, pasean, y si pasean quieren sentarse), el gasto en bolsitas públicas para excrementos (habría overbooking canino) justo cuando empieza a florecer un lucrativo sector privado de venta de las mismas bolsitas en supermercados y grandes superficies... En fin, un cúmulo de imponderables que Manolito no termina de digerir. Él es un perro machadiano, de esos que uno espera encontrarse en una tarde de otoño y por un camino de Soria. Marrón, de patita corta, pelo ralo y rabo acaracolado sobre el lomo; con las orejas volanderas y expresivas, el belfo abullonado hacia afuera, y los ojos saltones. Ni su madre, en un día optimista, podría decir que es guapo, pero habla alto y claro. Y tiene memoria.

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