jueves, 15 de noviembre de 2012

Cabezas pensantes

A veces, mi cabeza se va de marcha por dimensiones espirituales que deben localizarse entre el manta tibetano y el reggeaton de aldea. Hace un par de días la cacé buscando motivaciones, como si fueran setas, para rechazar una estrategia impecable, algo elegante y diplomático:
  • Firmar una entente cordiale con mis hijas hasta que acabe la crisis (por lo menos cinco años de tranquilidad doméstica no me los quita nadie).
  • Acordar un Pacto de Cooperación y Desarrollo con el realquilado de la habitación del fondo del pasillo, hasta que hayamos hecho cuentas. 
Mi cabeza, que peina ya muchas canas, había encontrado dos setas, a saber:
  1. Las hijas, gracias a los esfuerzos de la LOGSE y sus diversos ministros, no tienen ni idea de lo que es una entente, y mucho menos cordiale.
  2. El realquilado de la habitación del fondo del pasillo entiende más de guerra fría a lo soviético, que de acuerdo político. 
Naturalmente, tenía razón la muy. Una cabeza llega a rincones insospechados en el desván de la memoria, y puede permitirse pasar el plumero o soplar sobre el polvo de sentimientos que se acumula con la convivencia.
La mía, mi cabeza, ha desarrollado una forma de viaje astral que le permite situarse fuera del circo cotidiano como espectadora. Así, claro, cualquiera puede pensar. Solo hay que invertir los términos de la ecuación moral:

Siento, luego objetivo la realidad. Objetivo la realidad y luego, si eso, ya sentiré en consecuencia. 

Tanto publicitarlo por ahí, y al final resulta que el orden de los factores SÍ altera el producto. Alguien, en filosofía o matemáticas ha metido la pata, y así nos va.

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