martes, 27 de noviembre de 2012

Condición electoral


Anoche asistí a una tertulia política - es fácil encontrarlas, basta con entrar en cualquier bar en hora punta de tapeo y a lo largo de la barra, en grupos de dos a cinco individuos, se pueden degustar opiniones sobre la situación del país de todos los sabores.- y en medio de un argumento sobre la sanidad, uno de los contertulios me acusó de demagoga. Frené en seco.

-Vale, define demagogia- reté. Se me quedó mirando con cara de belga, y hablamos del tiempo. Pero de vuelta a casa, una idea me roneaba de dentro a fuera: ¿y si todo el mundo utiliza el término como última barrera de protección argumental sin tener ni idea de su significado?

Según la Real Academia de la Lengua, demagogia es “uso político de halagos, ideologías radicales o falsas promesas para conseguir el favor del pueblo”. Y yo, remontando la memoria a mis primeras urnas, no recuerdo una sola campaña electoral en la que no haya visto a todos, absolutamente todos los partidos políticos, hacer uso de una de las tres condiciones (o directamente de las tres). Desde Jesús Gil a Artur Mas, de Aznar a Zapatero pasando por Chaves y Camps, se han cubierto con creces las expectativas de la RAE. Entonces recordé lo que me dijo una vez un hombre honrado:

-¿Cuándo vas a creer en el Sistema?- le pregunté.

-Cuando alguien pueda explicarme por qué un humilde intelectual pierde los derechos sobre su obra al cabo de 99 años, y los Duques de Alba han podido legar su patrimonio los últimos 500.- respondió.

En ese momento lo entendí, y lo sigo compartiendo. Pero algo me dice que, si soltara el argumento en Génova o en Ferráz tacharían de demagogo a mi hombre. Y, encima, peyorativamente.

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