martes, 20 de noviembre de 2012

Banderas

Foto: anitalorite
He vuelto a leer la entrada de ayer, y me doy cuenta de que trasciende cierta renuencia a llamar "nieta" a mi nieta. Preocupante. La de abuelo/a es una titulación, como muchas, más bien honorifica; pero si una lo analiza convenientemente se llega a dos conclusiones tan obvias como gratificantes:
  1. El abuelo/a goza -después de la frustrante experiencia con los hijos-, del privilegio de enseñar sin, y eso es lo importante, la obligación de educar. El marrón cae en otras manos facilitando una relación cómplice con el nieto, y un tránsito suave a la tercera edad que, bien mirada, no es más que otra regresión a la infancia.
     
  2. A nada que el abuelo/a sea un poco vengativo puede coger platea para disfrutar del combate hijo/a - nieto/a en el ring de la adolescencia. Si le ha salido bien la etapa anterior, ambas partes lo reclamaran como juez imparcial.
Hoy por hoy, las actividades extra curriculares de las autoridades locales nos han homogeneizado a todos los abuelos en la categoría de yayos flauta. Una fuerza de vanguardia democrática porque nos han bajado el poder adquisitivo de las pensiones, nos han hecho tragar la píldora del copago sin terrón de azúcar, han suprimido los viajes de oro a Canarias, y, encima, nos han vuelto a recolocar a los niños en casa para su cuidado y manutención. Con semejantes argumentos ya no hay nada que perder, y es muy fácil echarse al monte de la insumisión. Y, como beneficio añadido, resulta mucho mas complicado aporrear una cabeza canosa, que una de pelo pincho y palestino.

En un día en que los poderes públicos han descubierto la crisis de natalidad, el envejecimiento de la pirámide poblacional y el aumento de la longevidad media, he dejado de contemplar a mi nieta como a un tesoro: ahora es mi bandera.

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