lunes, 3 de diciembre de 2012

Tejido

Foto: Carlos Muñiz Cueto

Cuanto mas miro a mi alrededor, mas me agobia la sensación de vivir en un país estampado de rayas. Unas finitas y blancas, muy rectas y verticales, propias de ejecutivo en laborable, y a las que familiarmente conocemos como “listas”. Y otras de trazo grueso, más rústicas y curvilíneas, coloristas y populares, a las que llamamos “colas”. Son de estilo vintage, es decir, heredadas y algunas se remontan al 39. La España crítica de 2012 ha recuperado “la cola del hambre” en Cáritas Diocesanas, y “la cola de Dª Manolita” A la que han sacado de Sol porque sus parroquianos son tan abundantes que el ayuntamiento teme que se pudiera montar acampada, protesta o manifestación espontanea.

La cuestión es que la lotera ha sido transferida, sí o sí, a una calle aledaña, de esas comerciales, populosas y estrechas que desaguan en la plaza y, claro, ha tenido que organizar a la clientela en fila de a uno a lo largo de la fachada. Más de dos manzanas, ocupa, con cordoncito aislante. En domingo, Dª Manolita abre a las 11:00 y la cola se empieza a dibujar como a las 9:30, estricta, rigurosa y autogestionada. Qué fiereza la de la tercera edad: un hombre llega corriendo y se coloca en el quinto puesto, justo delante de una venerable anciana a la que da explicaciones. Ha tenido que ir urgentemente a la farmacia abierta 24 horas de la Calle Mayor. Impertérrita, la señora le contesta: "Ese truco es muy viejo. A la cola como todo el mundo". El hombre retrocede hasta el final bajo la mirada hostil de todos los que guardan turno. Así las gastan nuestros mayores cuando les tocan lo suyo, y les pilla de pie.

Otra cola también muy en boga últimamente es la cola del INEM, en realidad un ensanche de la lista del paro que se le ha ido al traje mil rayas. O igual es un roto en la raya diplomática. O igual están intentando cambiar el tejido a espiguilla porque nuestro diseño ha quedado caduco o, lo que es lo mismo, excesivamente vintage.

Al llegar a casa, otra sorpresa. Yo no veo muchos muertos, pero, en ocasiones, mi memoria emite un gemido gutural, como el chirrido de un cuervo, y un fogonazo diáfano, como de relámpago, ilumina algún rincón lleno de polvo. Me ocurre ante los gestos públicos, probablemente porque son todos iguales, y los informativos del domingo traían uno calcado, calcado, a otro de hace muchos años. En aquel estaba Ramón Rubial, -con el partido puesto en pie aclamándole los años de militancia- en un homenaje clamoroso que lo depositaba directamente en el salón de su casa. En este le hacían lo mismo a Felipe y, posiblemente, por los mismos motivos. Cuando lo de Ramón había que sacar al ala izquierda para hacerle hueco a la beauty empresarial de la bodeguilla; ahora hay que sacar a los Bono, Chávez, y otras hierbas si quieren conectar con el votante, porque pintan bastos, el personal se ha radicalizado y hay una generación de socialistas jóvenes que, por lo menos, conoce la jerga.

Salvando las evidentes distancias -a Ramón le agradecían la honradez, la honestidad, el piso único y los años de exilio. A Felipe los múltiples gobiernos, los variados negocios y los infinitos puestos creados en la administración pública-, a mí todo esto me ha parecido un remake de urgencia, salvo que a Felipe, como es sevillano, lo han sacado por la puerta grande con vuelta al ruedo y música. "Licencias de guionista", seguro que está pensando Guerra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario