miércoles, 12 de diciembre de 2012

Multivitaminas

El sábado estuve en una fiesta de cumpleaños. Como , por prudencia, hace lustros que no celebro me lo tomé como un viaje exótico. Y tenía razón. Yo me bajé del festejo cuando aún se solventaba con unas mediasnoches, unos pastelitos (la tarta es demasiado monotemática para servidora), dos cubatas y una copa de champán. A la vuelta, me he encontrado con bandejitas pentagonales negras cuajadas de orejones, pasas, tres tipos de queso, espárragos, fruto de la pasión y dátiles. Palillos japoneses para ir picoteando literalmente las bandejitas (algún invitado conseguía pinchar los espárragos longitudinalmente y mojarlos en mayonesa sin perderlos) y toda clase de néctares, incluido un multivitaminas de litro y medio. Poco alcohol y dulces de turismo rural, pero quizá por eso, o por el delicado minimalismo de todo el evento, lo pasé muy bien.

Pudieron ser los asistentes, que cubrían un amplio espectro, (desde el joven emprendedor/empresario hasta el estudiante primerizo, pasando por una currela de verdad, de las que conforman la sal de la tierra laboral española) y todos en estado puro, sin malear. El joven empresario nunca ha defraudado a Hacienda, el estudiante aún tiene una fe inquebrantable en su futuro profesional, y la curranta todavía ejerce lejos de la sombra del ERE. Mi amigo, el de el cumpleaños, había levantado una especie de tatami esponjoso en el centro de su salón, con varios almohadones a modo de reposa-riñones, y hasta una especie de photocall para inmortalizar el sarao.

Por si fuera poco, viví una experiencia religiosa en el metro de Madrid (estación de Callao, línea 5 dirección Casa de Campo) a las siete de la tarde: con el andén cuajado de usuarios, una neblina blanca y caliente nos inunda desde el túnel, el pestazo a goma quemada nos pica la garganta y el oxígeno empieza a condensarse en ceniza... Nadie mueve una patita. Yo alucino. Si una humareda así inundara el metro de Londres, por poner un ejemplo, estoy segura de que la estampida dejaría en pañales lo de Madrid Arena. Sin embargo allí estábamos todos, impertérritos, esperando nuestro tren sin una sola queja. Allí había dos conclusiones obvias:
  1. Con la que está cayendo, el español medio prefiere morirse de golpe a seguir recortándose la vida.
  2. El español medio está dispuesto a dejarse la vida si existen posibilidades de que la familia cobre indemnización civil subsidiaria.

Está claro que somos un pueblo de mártires, héroes, y espabilaos.

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