lunes, 4 de febrero de 2013

La calina

Foto: Ryan-o
Domingo 3 Febrero – 21:07  y los helicópteros vuelven a surcar el crepúsculo dentro del espacio aéreo de mi balcón, como debieron surcar los spitfires el espacio aéreo de Londres en 1940: buscando al enemigo. También el sábado volaban a las 23:46, y tanto despliegue- unido a un abandono momentáneo y cuasi voluntario del retiro espiritual – me ha soplado los pelillos que protegen al instinto de supervivencia. Y se me han aparecido dos faros obvios e inmutables:
  1. Con lo que lleva gastado Cifuentes en gasofa, se habrían podido multiplicar  por cinco las guarderías públicas bilingües de Madrid.
  2. Al enemigo, sea quien fuere, le tienen más miedo que a una vara verde. 
El segundo faro, además, se ha comprobado empíricamente cuando Manolito y yo casi hemos tenido que enseñar los papeles (servidora el DNI, Manolo el chip subcutáneo) al intentar colarnos en los frondosos setos del parque de las Salesas para solucionar los asuntos de vejiga de mi perro. Todo mi barrio, de Alonso Martínez a San Bernardo, de Bilbao a Sol, espera, en un semisilencio  más agresivo que un ataque frontal, a que pase algo. Un algo cuya naturaleza queda implícita, colgada de la intuición de cada uno, pero en zona extremadamente radical por lo sensible.

Está siendo una forma un tanto brusca de retornar a la superficie terrestre, después de casi veinte días cobijada en la placidez del infierno de Dante, porque la pantalla minimiza la hostilidad igual que engorda el cuerpo. Hasta que no crucé la cancela del barrio, la Plaza del 2 de Mayo,  no me dí cuenta de la realidad social que maquillan, magníficamente, eso sí, las cadenas de televisión: Los grupitos de jubilados, a pesar de vivir con ellos, ya no hablan de sus nietos ni de sus hijos, sino de los hijos de Bárcenas, los padres de Montoro, las señoras de Urdangarín  y Sepúlveda, esa otra familia – en negro– con la que convive a la fuerza. He sorprendido más de un comentario: “Pues esto, en mis tiempos, se arreglaba…”, o “En el pueblo de mi padre sí que sabían tratar a esta gente…” Y, a continuación, una descripción de los usos y costumbres populares capaces de convertir un Gulag en un balneario/spa.

Los chavales, que antes se mataban tranquilamente a litronas mientras hablaban de nada, intercambian ahora listas de corruptos como nosotros cambiábamos cromos de futbol, y se saben de memoria las alineaciones. Mejor que la dinastía de los Austrias. Hasta mi propia nieta, que solo tiene tres años pero vive casi esquina a Génova, mira con desconfianza los sobres del correo normal.   
Ciertamente, sopla una calina densa, polvorienta y amarilla, que se está depositando sobre las cosas -sobre TODAS las cosas -, a la espera de un tornado brutal. Cuando haya pasado, por fín, el aire volverá a ser respirable.

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