miércoles, 30 de enero de 2013

¡Han cantado línea!

Es tiempo de metafísica y una llega a profundizar tanto en la tontería de las cosas, que termina por alcanzar, indefectiblemente, la esencia misma de los principios. Diez días de convivencia a tumba abierta con mi enfermo crónico de gestión externalizada, me han llevado muy cerca de, por lo menos, dos principios:
  1. Todos los derrames, infartos y demás óbitos fulminantes, están bendecidos por Dios.
     
  2. El castigo empieza cuando uno tiene todo el tiempo final del mundo para desgranar, uno a uno, los errores y aciertos de setenta y cinco años. Y un espacio blanco, limitado y paralizante le facilita la meditación.
     
  3. Sospecho que la niebla no procede tanto del Bierzo, como de la memoria.
Y, en medio del gris, apareció hace dos días una candelita de la infancia. Una candelita es una lucecita pequeña y firme que casi no emite vapores, y, en sentimental, un alma amiga que conserva su pureza. Mi candelita, que ahora refulge en todo su esplendor, se ha convertido a la fé bancaria y me regaló una interesante disquisición sobre el ramo. En un alarden imperdonable de insensibilidad, cometí la indiscreción de recordarle que la UE ha calificado la “Ley Hipotecaria” española de plenamente injusta. Respingó, como si un diablillo le hubiese arponeado allí donde la espalda pierde su casto nombre, e, inmediatamente, me aclaró que, primero aquello no era un dictamen vinculante, y, segundo, una rúbrica al pie de un documento tiene más rango de obligatoriedad que un juramento de amor ante el Cristo de la Vega. Luego, le echó la culpa de todo a las Cajas. Servidora oía, con las orejas como escarpias, el despliegue argumental y, si no llega a ser porque conozco a mi candelita de toda la vida, hubiera jurado que hablaba con el mismísimo Botín: por lo visto, lo del abaratamiento del precio del dinero solo era un cebo para “enganchar” incautos con aspiraciones patrimoniales; lo del 120% del valor de la vivienda, una trampa saducea para aliviar la presión inmobiliaria; y lo de la Función Social de las Cajas consiste en poner cinco papeleras públicas en Villaverde Alto. Según Botín, el problema surgió desde el momento en que parte del sector financiero salió de “manos profesionales”, para entrar en “manos públicas” (porque de todos es sabido que el área de la “aprofesionalidad” se circunscribe a los políticos, seres sin oficio y, por lo tanto, con aspiraciones a beneficio). “La Banca es un negocio, ¿no?”, concluyó mi candelita. Vale, pensé yo, esto es una sala de loterías donde nosotros pagamos el cartón, el PSOE y el PP han cantado línea en subvenciones, y el bingo se lo llevarán los que se lo han llevado siempre.

En silencio, escuché un listado de agravios que repasaba, de CajaSur a Kutxa, toda la geografía española, pero el aluvión de datos correosos, culposos, y hasta casposos, no conseguía apagar una vocecita interior que me decía, riendo, “los dolos privados se los llevan a la tumba los consejeros muertos de los Siete Grandes”. Por supuesto, me callé. Quiero que la luz de mi candelita se mantenga clara, que no se vea enturbiada de vergüenza. Pero cuando nos despedimos, con dos besos y un abrazo fuerte, quedó flotando la imagen de una bisabuela, marquesa de algo, que decía: “Yo no entiendo por qué se empeñan en llevar zapatos, cuando toda la vida han ido muy bien con alpargatas”.

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