sábado, 19 de enero de 2013

El principio del fin

Foto: recocine

Como gallinas decapitadas corriendo en círculos y aleteando. Intereconomía, Nieves Herrero, Curry Valenzuela y, en general, las “cadenas amigas”, se han decantado por el instinto avícola de defensa ante las últimas perlas emanadas de Génova. Alguno esconde la cabeza de gato, a lo avestruz, bajo tierra, y reprende a Barcenas a través de su abogado; otro/a se aferra a Esperanza Aguirre como al Oráculo de Sybila, y a su gesto, Muscio Scévola del s.XXI , de apoyo a González (para mí que se quema) y nadie, nadie, toca el tema del hijo de Gallardón y su cliente indultado.Lo cierto es que si el PSOE durante sus variadas legislaturas sufría menstruaciones de corrupción (iban a caso por mes), la derecha española, -desde los Cristianos a la Alta Burguesía Catalana, de la Patronal a la aristocracia financiera, pasando por nuestra inefable Banca- vive una hemorragia crónica, que está complicando mucho su defensa a los leales. He escuchado los argumentos más peregrinos y farisaicos: "Los 20 millones de Bárcenas son producto de su salario", "Que no, que son el producto de sus inversiones industriales en el extranjero y, por eso, la pasta dormía en Suiza", "Y no es ilegal tener una cuenta en Suiza", "Huele raro pero esta claro que es un asunto personal, sin vinculaciones con el Partido", "Y hay que ver como se aceleran algunos procedimientos, mientras se ralentiza el asunto catalán", "Pero eso tiene su origen en una conspiración del SUP".

Oyéndolos gesticular ante lo inapelable de la evidencia, echaba de menos a Cospedal, a Soraya, a Mariano, a alguien que les lanzara un capote argumental. Tengo la sensación de que la legislatura, esta Legislatura, con esta gente, ha empezado a desangrarse por la arteria.

Últimamente tengo mucha relación con la muerte en todas sus facetas. Desde hace una semana nos hemos contemplado los rostros, ella y yo, como dos macarras que giran en círculos empuñando una sirla. Yo, desde luego, he deletreado cada una de sus caras: la de la agonía, la de la certeza, la de la meditación, la de las últimas voluntades dichas en voz bajita y con sonrisa de complicidad, la de los últimos consejos y reconocimientos. Me la encontraba de repente, en el pasillo, amagando con emerger de la espera (al final, esperar se convierte en una niebla tenuemente gris, pero espesa, como soplada del Bierzo) y, no sé por qué, me venía a la cabeza Max Von Sidow, y entendía mejor a Bergman. Deprimente. Luterano, y geológicamente lento. Así se siente el roce de la muerte.

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