Foto: Ted Van Pelt |
En todas las casas,
como un zulo, existe una habitación que no necesita fantasma para ser
siniestra. Allí suelen almacenarse broncas, restos hormonales, y, lo
que es peor, residuos brillantes, pepitas de oro asturiano, de algo
que vagamente recordamos como felicidad. Cuartos oscuros pero sin connotación
sexual, pigmentados de biografía joven y, por definición de oropel,
donde no hace falta una psicofonía para escuchar a los muertos, porque
los cadáveres de las meteduras de pata de uno se amontonan bajo el
epígrafe “Experiencia Vital Adquirida”.
En mi casa, la habitación
del pánico se localiza al fondo a la derecha, como en los bares, y
es la única con pestillo porque entiendo que uno necesita de intimidad
para poder envolverse libremente en la propia tristeza. Infinitamente
más digno que hacerlo en público, por mucho que Tele 5 insista en lo
contrario. El oro asturiano fue un invento de Álvarez Cascos, -cuando era responsable de Fomento, antes de hacerse forista
y galeriano- por si rehabilitaba la economía regional. Un gesto intelectual.
Un retorno a los clásicos:
- Se esparcen unos gramos de 24 kilates, como cenizas de plomo, en lo profundo de un río caudaloso (a ser posible afluente del Nalón, que ya nace con historia minera).
- Se invita a pescar salmones a un grupo de empresarios extranjeros y se les deja otear el brillo del fondo.
- Se espera, en el despacho oficial, a notar el tirón de caña del campanu europeo.
En mi habitación
del pánico ocurre algo así. Diez minutos de autocrítica en su interior
me hacen sentir al mismo tiempo como un empresario a punto de ser estafado
en un entorno extraño y abiertamente hostil, y como un trabajador,
con grado de jornalero, estafado de antiguo, pero en un entorno familiar,
aunque igualmente hostil.
Y pienso: si yo,
que soy una humilde becaria de proletariado (con varios años de práctica,
eso sí), salgo de mi habitación del pánico proclamando que me llamo
Toby en medio de un arrebato de angustia socio-personal, lo que debe
estar sintiendo Urdangarín en este momento, en la habitación del pánico
de Pedralbes, debe ser como para salir corriendo... con o sin perro.
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