Foto: sara | b. |
Tengo una amiga que,
hace dos días, estuvo a punto de echarse amante. Como es casi íntima,
me ha contado los hechos con una minuciosidad de detalle propia de las
crónicas con patrocinio Tele 5. Al parecer ella se arrepintió
en el último momento porque, en el fondo, ya no tiene edad de ir en
busca de acciones, y lo que de verdad quiere son palabras, a ser posible, susurradas
al oído. Como ella misma me explicó: “Chica, el sexo por el sexo,
ya lo tengo en casa. Los sábados. Como todo el mundo. Y si lo quiero
bueno, me compro una de esas 'hágalo usted mismo', que hay un sex
shop en el portal de al lado.”
Bien, hasta ahí
comprensible, pero entonces añadió: “Yo lo que quiero es que me
engatusen con frases bonitas, como cuando era joven... aunque sean mentira”. Eso me descolocó. Al fin y al cabo debería estar acostumbrada porque, a su
edad, ya se ha comido varias legislaturas con campaña electoral previa.
Sin embargo, meditado en profundidad, observo que somos muchas, casi
todas, las que andamos hambrientas de rubores. Añoramos el virginal
enrojecimiento de sabernos anheladas por el alma de un hombre, y glorificadas
por su inocencia, como cuando, por primera vez, un adolescente nos dijo
“¿Quieres salir conmigo?”, en un guateque y con banda sonora de
Gianni Bella. Eran otros tiempos.
Hoy en día los jóvenes
se saltan la mayor parte del procedimiento, y, si vamos a eso, hasta
del crecimiento. Y van directos a la cosa nostra. Se lo comenté. “¿Un
chavalín?”, me preguntó horrorizada. No quiere saber nada. ¿Qué
iba a hacer con las otras 23 horas y media que tiene el día?. La respuesta
cae por su peso: lo mismo que con el marido. De todas formas, la tranquilicé,
no es muy probable que un graduado, de bachillerato moderno, fuera capaz
de pergreñar dos oraciones correctas con aire a Becker. Y ella me tranquilizó
a mí: el sujeto tiene más de cincuenta, o está muy perjudicado. El
aspirante es de nuestra quinta: pelo ralo, mejillas de pachón y conocimientos
de literatura suficientes como para intentar un soneto. Buena persona
con mala suerte. Como todos. Solo eso les evitó a ambos una situación
incómoda dentro de seis meses -como dijo ella, no renta-. Eso y, espero,
el sentido del honor de mi amiga.
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