Foto: clspeace |
He tenido una experiencia
aterradora. Emboscada bajo la sucia lluvia de Madrid, entre una creperie
de casita de muñecas y un mini restaurante de ecología rápida, me
he encontrado con alguien que hubiera podido ser yo, y aún puedo. Llevaba
unos cincuenta chorreando desesperación, y una tablet de esas que
se pierden constantemente en el Congreso. Me asaltó con la mirada de
poco sueldo (que diría Mafalda) a pesar de que no reunía, ni remotamente, los parámetros del perfil: buscaba hombres, vecinos del barrio, de
edad comprendida entre los 25 y los 65, y con quince minutos tontos
que regalar… ¡a una compañía de bebidas alcohólicas!
Pegada a un carrito
de la compra lleno de souvenirs de la empresa y sin paraguas, mi afanosa
encuestadora se batía el cobre de su contrato de ETT, haciendo el trabajo
de marketing de la multinacional. No sé cuánto pagarán por encuesta
realizada, o si las pagan con fijo mas comisión, o al peso (que para
la patronal todo es posible en tiempo de crisis), pero la imagen del
lápiz informático corriendo como una exhalación de pantalla en pantalla
mientras ella sola se contestaba las preguntas (para ahorrar tiempo
y dificultades al cliente), con los zapatos mojados y un deje de angustia
vital en la sonrisa forzada, me acompañará durante mucho tiempo. Seguro
que, además, la pobre habrá tenido que oír eso de “por lo menos
tienes trabajo”. Y otro suicidio de desahucio pone la guinda a un
perfil de mujer al que deberían encuestar sino las multinacionales,
si el CSIC. La hembra, española,mayor de 50, sin posibilidades laborales,
con familia, parado en el salón y vivienda en el alero.
Espeluznante. Podría
haber sido servidora.
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