Foto: Ryan-o |
- Con lo que lleva gastado Cifuentes en gasofa, se habrían podido multiplicar por cinco las guarderías públicas bilingües de Madrid.
- Al enemigo, sea quien fuere, le tienen más miedo que a una vara verde.
Está siendo una forma un tanto brusca de retornar a la superficie terrestre, después de casi veinte días cobijada en la placidez del infierno de Dante, porque la pantalla minimiza la hostilidad igual que engorda el cuerpo. Hasta que no crucé la cancela del barrio, la Plaza del 2 de Mayo, no me dí cuenta de la realidad social que maquillan, magníficamente, eso sí, las cadenas de televisión: Los grupitos de jubilados, a pesar de vivir con ellos, ya no hablan de sus nietos ni de sus hijos, sino de los hijos de Bárcenas, los padres de Montoro, las señoras de Urdangarín y Sepúlveda, esa otra familia – en negro– con la que convive a la fuerza. He sorprendido más de un comentario: “Pues esto, en mis tiempos, se arreglaba…”, o “En el pueblo de mi padre sí que sabían tratar a esta gente…” Y, a continuación, una descripción de los usos y costumbres populares capaces de convertir un Gulag en un balneario/spa.
Los chavales, que antes se mataban tranquilamente a litronas mientras hablaban de nada, intercambian ahora listas de corruptos como nosotros cambiábamos cromos de futbol, y se saben de memoria las alineaciones. Mejor que la dinastía de los Austrias. Hasta mi propia nieta, que solo tiene tres años pero vive casi esquina a Génova, mira con desconfianza los sobres del correo normal.
Ciertamente, sopla una calina densa, polvorienta y amarilla, que se está depositando sobre las cosas -sobre TODAS las cosas -, a la espera de un tornado brutal. Cuando haya pasado, por fín, el aire volverá a ser respirable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario