Nunca deja de sorprenderme
la creatividad semi creacionista con que nuestra casta política inventa
palabras eufemísticas, las aplican a conceptos ya existentes y luego
lo llaman recurso de oratoria.
Ellos convirtieron el fraude bancario
en “desajuste”, el fiscal en “exención tributaria específica”,
y las riñas tumultuarias previas a los Congresos de partido, en “corrientes
de opinión”. Ahora se han sacado de la manga un nuevo palabro: externalización,
que viene a ser la privatización de toda la vida, pero con pajarita
y traje de Armani.
Me gustaría saber qué pasaría
si los ciudadanos decidiéramos externalizar la gestión de nuestra
soberanía, -la otra cara de la moneda de nuestros derechos-, y cedérsela, por un módico precio y a cambio de higiene
política, a, por ejemplo, el estado finlandés. Siguiendo la argumentación
de Génova, prácticamente se puede externalizar la gestión de todo,
pero deberíamos tener cuidado y considerar que:
- A la externalización de la gestión del cuerpo propio en beneficio de terceros, se le llama, también, proxenetismo.
- La externalización de la gestión de patentes podría ser vista como venta de patrimonio intelectual a terceros países (espionaje en situaciones extremas).
- La externalización de la gestión de compras de una casa, por profesionales ajenos a la familia, termina indefectiblemente en sisa.
Y, así hasta el infinito.
Hay una especie de cualidad de dejación de las obligaciones, en cada
externalización, y, claro, resulta muy duro tener que admitir la incapacidad.
Si, además, solucionan la vida de un familiar -y me remito al Consejo
de Administración de Capio, pero el Consejo de cualquier Caja me vale- hay que reconocer que, esta vez, sus Señorías se han creado un palabro
muy útil, que les viene como anillo para el dedo con que nos hacen
la peineta. Ahora ya solo falta que la Real Academia lo registre oficialmente
en su Nuevo Diccionario, entre otras palabras de espanglish.
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