Foto: Carlos Muñiz Cueto |
Hace unos años, cuando andábamos a vueltas con el genoma,
los científicos descubrieron horrorizados que apenas 13 genes nos separan de
las ratas (eso en un plano biológico, porque en lo ético da miedo mirar).Y,
como incluso dentro del mundo de las ratas, existen clases, he podido constatar
en que rango nos coloca Repsol Butano. De su poderosa y monopolística mano he
recorrido una especie de laberinto de Pavlov telefónico que, teóricamente,
debía llevarme a la queja y, sin embargo me ha depositado limpiamente en la
calle. El proceso es el siguiente:
- Llamada al servicio de pedidos de bombonas (902).
- Un contestador identifica el número de teléfono del usuario, su dirección, y último pedido, salpimentando el interrogatorio virtual, de espacios en blanco para que puedas confirmar los datos.
- Pero, una vez concluido el procedimiento peticionario, la maquinita pregunta “¿Desea añadir algo?”. Y ahí empieza el despropósito.
Servidora solo intentaba avisar de un día concreto de
recogida. El androide en off me comunicó que no habían podido recoger ni mi
voz, ni mi tono, ni mis palabras, que lo intentara de nuevo. Lo hice. Repetí el
mensaje espaciando los sonidos, como si hablara con un sordomudo en primero de
comunicación. Pero tampoco lo entendían. Eso sí, muy educadamente, me
agradecieron la llamada en virtual, y me colgaron en real. Preocupada como
estaba por si mis bombonas llegaban demasiado tarde para el Sandy, volví a intentarlo
saltándome el paso de hacer un pedido. Esta vez ni siquiera me despidieron, del
vacío sonoro salté al colgado telefónico. No hubo manera, lo hiciera como lo
hiciera, mi mensaje terminaba sentado ante la puerta trasera de Repsol.
Menos mal que, con su habitual diligencia, la compañía
solo ha tardado una semana en servirme. Estaba en casa y el huracán ya había
pasado. Sobreviviremos.
Me alegra mucho este blog. Al fin hay reflejos condicionados que merecen la pena. Y es que los vientos soplan que es una barbaridad.
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