Hoy la Ría le hacía muñeiras al Santo, el langostino y la feria; lástima que San Roque, renuente, se haya pasado el día llorando sobre la playa. Tanta lágrima me lleva, como a todos, frente al tótem, justo a tiempo para enterarme de que:
a) Obama se va de vacaciones dejando tareas de verano al Pentágono.
b) En Gaza el parón diplomático se mitiga a base de cohete y cha -cha-cha sangriento (aunque servidora nunca ha entendido como dejan entrar a menores en la Discoteca de Oriente Medio, y por qué siempre les toca, a los palestinos, bailar con la prima fea de Occidente)
c) En una nueva vuelta de tuerca cultural, el academicismo se ha colado en el universo Au pair; lo llaman "turismo idiomático"
d) Y, por último, sobreviven 370 millones de indígenas a merced de cooperantes, antropólogos y tecnología punta.
Gracias a San Roque, su llanto y tres horas de mi tiempo, he llegado a una conclusión que pienso legar a mis niñas: aparentemente, el carácter balsámico del tótem estriba en dos virtudes:
- Alivia tensiones con una realidad paralela extrema (ya me gustaría que mi Comunidad de Vecinos fuera como la televisiva)
- Suaviza el drama personal con la promesa de una retribución hipotética tan imaginativa como improbable en la dimensión INEM
Esta afición a trivializar usos, costumbres y principios, ¿No estará calculada para diluir un poco el barrizal ideológico/informativo, con que se adoban las cadenas?. Quiero pensar que, a lo mejor, intentan enseñar física cuántica a la ciudadanía.
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