Hay cosas que una, en su ignorancia o estupidez, no acaba de entender. Por ejemplo, lo de la
ramificación europeista de los Mateo Morral.
- porque aquí ya existe bastante anticlericalismo autóctono como para ir a aprender fuera,
- porque, por mucho que intente imaginarlo, una bombona de butano atada a un cable no parece terrorismo de tecnología punta (del que enseñan en Libia, Sudán, Quantico u otros paraisos) y queda muy alejado de los misiles tierra-tierra que gasta Al Quaeda.
Otro ejemplo sería, dentro de la revolución semántica que ha traido esta legislatura, lo de la "pequeña aportación" por medicamento.
- porque en el resto del mundo mundial al asunto se lo conoce como "Copago",
- porque desde que Mato le pilló el Porsche al marido en el garaje familiar, ha quedado tan descubierta su condición Scarlett - y no hablo de la Scarlett que se llevó el viento sino de la Scarlett Billy Wilder que casi vuelve loco a James Cagney - que nadie entiende porque tiene salario de ministro semejante compendio de frivolidad.
Y luego están las cosas serias: los muertos hundidos en
el Mar de los Sargazos de Lampedussa, la tocata y fuga legal de los Malayos,
la diarrea mental de Montoro (que baila rockabillies con sus propias cifras), o el misterio de dónde duerme (si duerme) la mente preclara que levantó un almacén de gas submarino al ladito de una falla geológica. Visto lo visto, a servidora ya no le impresionan ni las fórmulas de situación en el Estrecho, ni las vergüenzas políticas nacionales; las primeras porque, aparentemente, pueden memorizarse. Las segundas porque, a estas alturas, se me repiten más que el ali-oli. Lejos de Moñitos, solo encuentro soláz y diversión en alguna de las tallas del totem; ultimamente
en la pasarela Sokoa que se ha montado la 13, y por donde ya han desfilado: Amedo vestido de cultura editorial y Corcuera en traje de militante sin partido. A nadita que sean un poco coherentes,
el próximo va a ser Otegui, con traje de consejero.
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